Edoardo Bazzaco

De todos los que se asociaron a la palabra “desarrollo”, el epíteto que actualmente más “fieles” parece tener en la ciencias sociales y naturales es el que hacer referencia al supuesto paradigma de la sustenibilidad. El paradigma de la sustenibilidad se presenta como una discontinuidad importante respecto al discurso economicista tan profundamente ligado al mito del desarrollo desde su nacimiento. Pero, ¿es real, efectiva, conceptualmente justificable esta discontinuidad?

Ya durante la década de los ’70 se produjeron aportaciones e interpretaciones alternativas del paradigma desarollista de la modernización. Característica importante de dichas visiones alternativas del desarrollo fue su procedencia de los países no desarrollados, a los que la teoría de las etapas del crecimiento de W. W. Rostow atribuía un papel pasivo de simple emulación del mismo camino hacia el crecimiento, que ya se había demostrado eficaz en el caso de los países desarrollados. El Sur del Mundo manifestó de poseer la capacidad activa de brindar interpretaciones originales de la realidad socio-económica, aunque, como en el caso de la teoría de la dependencia,1 dicha elaboración teórica no estuviera acompañada por medidas concretas en grado de remodelar la realidad. De todas formas, este dinamismo intelectual dejó el paso en la década ’80 a una nueva fase de la reflexión y practicas del desarrollo, identificable a través del concepto introducido por el Banco Mundial y el Fundo Monetario Internacional de ajuste estructural. A pesar de que en los años ’80 esta expresión asumió una centralidad importante en la producción científica, el concepto de desarrollo no desapareció fagocitado por la nueva ideología dominante: su recuperación comenzó a principios de los años ’80, e implicó una profunda reinterpretación de la categoría que supuso la integración en la dimensión económica de elementos y consideraciones procedentes del análisis medio ambiental. Comenzaron a emerger en los documentos oficiales de las organizaciones internacionales y en los trabajos de reconocidos analistas serias alarmas que anunciaban la insostenibilidad del desarrollo a nivel planetario, siguiendo la senda marcada por los países desarrollados. En el 1972 fue publicado un estudio promovido por un grupo de expertos en tema medio ambiental del Massachusset Institute of Technology y empresarios industriales reunidos en el Club de Roma bajo la dirección del estadounidense Dennis Meadows, intitulado Los límites del crecimiento. La tesis central del estudio es que la contaminación y el rápido agotarse de los recursos energéticos hacen inminente el desastre ambiental, lo que gobiernos y organizaciones internacionales debido a un exceso de “optimismo tecnológico” se rechazan a tomar en consideración.

Según el Club de Roma, la sola posibilidad para salvarse del desastre ambiental estaría en un cambio radical de camino: sería por lo tanto necesario reducir drásticamente el incremento de población y las inversiones industriales y agrícolas, transfiriendo paralelamente recursos a los países “menos desarrollados”. A pesar de las criticas metodológicas y conceptuales que – con razón – fueron llevadas al modelos descrito en Los limites del crecimiento,2 por la primera vez desde la invención trumaniana de la categoría de desarrollo se hace referencia en un estudio de carácter científico de grande difusión a la existencia de limites concretos al modelo ortodoxo de desarrollo, limites que cuestionan profundamente el carácter indefinido del crecimiento económico. Pocos años más tarde, la crítica del mito del crecimiento ilimitado se extenderá de manera más analítica a indagar las contradicciones internas del modelo del crecimiento. En el 1976, el economista Fred Hirsh sostuvo en su obra Social Limits to Growth que los limites al crecimiento no sean solamente físicos, si no también sociales: una expansión indiscriminada de los consumos y de los servicios ofrecidos en el modelo social de sociedad de los consumos y del welfare state no puede ser sostenida indefinidamente, no solamente porque los recursos a disposición no sean suficientes, sino porque muchos bienes – tanto naturales como sociales – ofrecen beneficios decrecientes al crecer del numero de personas que aprovechan de ellos. De tal manera, Hirsh destaca como el problema del crecimiento no se refiere solamente a la dimensión cuantitativa de la producción: lo que el critica pone en discusión la composición y distribución de dicha producción, es decir la misma estructura de la sociedad industrial de los consumos.

En 1983 la Asamblea General de Naciones Unidas nombró una Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo bajo la presidencia de Gro Harlem Brundtland, Primera Ministra y ex ministra del Medio Ambiente de Noruega; la comisión, compuesta por políticos de diferentes países y por especialistas directamente implicados en las temáticas medio-ambientales, produjo en 1987 el informe intitulado Nuestro Futuro Común. Este informe reflexionaba las exigencias de la tarea de considerar la interacción entre medio ambiente y desarrollo que la comisión asumió como dimensión central de su trabajo. En las primeras paginas del informe se puede leer: “(…) las cuestiones básicas sobre el medio ambiente y la economía ya no pueden ser tratadas separadamente (…) Las políticas económicas que han asumido una biosfera ilimitada y autorregeneradora deben ahora cambar y reconocer serios limites ecológicos (Comisión Brundtland, 1988: 9).

En particular, el trabajo de la comisión Brundtland ponía en evidencia como las acciones humanas tuviesen una influencia directa sobre el equilibrio medio-ambiental, desatacando como diferentes organizaciones sociales tuviesen formas diferentes de actuar sobre el medio ambiente. Serían las formas de actividades humanas características del modo de producción industrial las que más perjudicarían el medio ambiente, determinando el fenómeno que el informe se define como deterioro medioambiental. Por otro lado pero, en el informe se reconoce el derecho de las poblaciones de los países pobres a alcanzar condiciones de vida decentes, lo que implica apresurar el desarrollo de dichos países. Para conciliar esta contradicción la Comisión introdujo un nueva versión del concepto de desarrollo, un desarrollo sostenible, es decir capaz de satisfacer las necesidades de las generaciones actuales sin comprometer las capacidades de las futuras generaciones para satisfacer sus necesidades. Además, según la definición elaborada por la Comisión:

El concepto de desarrollo sostenible implica limites – no limites absolutos, sino limitaciones que imponen a los recursos del medio ambiente al estado actual de la tecnología y de la organización social y la capacidad de la biosfera de absorber los efectos de las actividades humanas –, pero somos capaces de mejorar nuestras técnicas y nuestra organización social de manera que abran el camino a una nueva era de crecimiento económico. La pobreza general ha dejado de ser inevitable. (…) El desarrollo sostenible exige que se satisfagan las necesidades básicas de todos y que se extienda a todos la oportunidad de colmar sus aspiraciones a una vida mejor (Comisión Brundtland, 1988: 10).

Esta definición de desarrollo se ensambla con la de sociedad sostenible, es decir “(…) aquella que puede persistir a través de las generaciones, que es capaz de mirar hacia el futuro con la suficiente flexibilidad y sabiduría como para no minar su sistema físico o social de apoyo.” (Allende Landa, 1995: 269).

A base de la introducción en la arena científica de la idea de desarrollo sostenible se encuentra entonces la voluntad por parte de la Comisión Brundtland de componer la contradicción entre “deterioro medio-ambiental” y “aceleración del desarrollo” en los países “pobres”. Como se dijo anteriormente, en el documento se afirma la existencia de límites para el desarrollo, límites que las mejoras tecnológicas y en la organización de la sociedad permitirían de alguna manera superar. La Comisión confiaba con el progreso científico para que pudiera solucionar los problemas medioambientales – desde entonces se hablará de sostenibilidad medioambiental: de tal manera el crecimiento económico volvería a representar el camino más directo hacia le erradicación de la pobreza, condición al respecto de la cual la Comisión declara que ha dejado de ser inevitable. Como la mayor parte de las estrategias de desarrollo, el desarrollo sostenible de la Comisión Brundtland parece no rechazar el mesianismo: en este sentido el Informe se presta a la critica conceptual de que la “nueva era” que se preanuncia no se diferencie marcadamente de la anterior, en cuanto seguiría encentrándose en el mismo instrumento de satisfacción de las necesidades, es decir el crecimiento económico. Además, la exigencia del desarrollo sostenible de que se satisfagan las necesidades de todos pone de relieve el importante problema teórico relacionado con la definición de dichas necesidades. De todas formas, la aproximación de las necesidades fundamental encaja perfectamente en el marco del paradigma teórico economicista: ambos presuponen que la historia humana está determinada por la lucha contra la escasez, en nombre de unas necesidades que se consideran imposibles de satisfacer. Según esta perspectiva, solo un crecimiento de la producción puede conducir a al felicidad que proporcionaría su satisfacción definitiva. El crecimiento económico presupuesto por el desarrollo sostenible tiene unos límites, debidos a la necesidad de garantizar la futura estabilidad ecológica. Desde esta visión se observa como un reto al paradigma económico convencional en la interpretación del crecimiento seguido por los países desarrollados, que no ha reconocido en toda su extensión los procesos y límites de la biosfera. Al implicar una relación mucho más equilibrada y estable con el mundo natural, el paradigma del desarrollo sostenible trató de generar una nueva concepción de la relación economía-medio ambiente que pudiera determinar consideraciones éticas y morales con respecto a una participación más equitativa de los recursos naturales en un mundo con recursos limitados.3

Según los sostenedores del paradigma de la sostenibilidad, las hipótesis del crecimiento de la economía neoclásica difícilmente pueden encajar con el concepto de desarrollo sostenible, a no ser que se den sustanciales cambios socio-culturales y en la ética y valores de los países que funcionan bajo la égida del mercado y la competitividad, en donde el crecimiento anual del Producto Interno Bruto se sigue tomando como indicador de la riqueza nacional y el crecimiento material continuo aparece como una necesidad axiomática. La medida de ese crecimiento, tal como ha sido definida por los especialistas de la contabilidad nacional, ha constituido el indicador más sintético, en todo caso el más practico, del progreso económico al que fue reducida la ambición de progreso social. La necesidad de reflejar la depreciación del capital ecológico en la contabilidad nacional con nuevos sistemas de contabilidad “económica-ecológica”, capaces de superar el papel tradicional de los indicadores macroeconómicos que solo miden el flujo de renta, olvidando el estado del capital natural, aparece como reivindicación de los economistas más sensibles al discursos de los limites medio-ambientales al desarrollo.4 Los argumentos propuestos por los teóricos de la economía ecológica5 – que preceden de muchos años el trabajo de la Comisión Brundtland – habían criticado radicalmente el desarrollo por su incapacidad manifiesta de cumplir sus propias promesas de mejora generalizada de las condiciones de vida para toda la humanidad, debido a la imposibilidad de generalizar al conjunto del planeta un desarrollo de tipo occidental.

En particular, lo que los críticos del paradigma teórico de la modernización han atacado con más fuerza es el carácter ilimitado del crecimiento de la producción de mercancías a muy largo plazo, supuesto por y al mismo tiempo motor del desarrollo. Al fin de demostrar que el desarrollo no se puede asimilar al crecimiento indefinido, Christian Comeliau plantea algunos problemas fundamentales de definición del concepto de crecimiento, en contraposición con la determinación de los componentes del desarrollo (Comeliau, 2000: 5). La primera dificultad proviene, según Comeliau, del hecho que en la mayoría de las teorías económicas se determina de modo relativamente poco preciso aquello que debe hacerse crecer cuando se habla indiscriminadamente de crecimiento. Generalmente lo que se considera deba crecer es la producción de bienes y servicios y eventualmente el ingreso que se desprende de ella. Pero como es difícil sumar cantidades físicas heterogéneas, el método para considerar dichas cantidades y la necesidad de reducirlas a un patrón de medida comparable condicionan directamente el significado del concepto de crecimiento. A pesar de que la comunidad científica reconozca que el contenido del crecimiento depende de convenciones metodológicas y presupuestos ideológicos, las teorías del crecimiento razonan como si estos problemas no persistieran y como si no acarrearan consecuencias para el análisis teórico del proceso de crecimiento económico. De lo dicho surge el problema definitorio: cuando los teóricos proponen una definición del crecimiento, se refieren no tanto a la naturaleza o al contenido de lo que se supone deba crecer, sino más bien a las “condiciones, mecanismos o a las modalidades que caracterizan el proceso de crecimiento”.6 Relacionando el crecimiento con el desarrollo, Comeliau termina se así su razonamiento:

…esta confusión [definitoria] adquiere toda su dimensión cuando nos preguntamos si no debería analizarse el crecimiento pasado (cuyos resultados durante el transcurso de este siglo son innegablemente excepcionales) a la vez como un éxito y como un fracaso, si nos referimos a sus objetivos declarados de enriquecimiento y de mejora del bienestar material: fracaso parcial, desde luego, pero fracaso considerable si tenemos en cuenta el “mal desarrollo” que ha engendrado, es decir, la formidable multiplicación de las frustraciones, las destrucciones (llamadas a veces “creadoras”), e incluso los empobrecimientos netos que ha provocado.7

De esta ultima afirmación de Comeliau emerge la convicción que las teorías del crecimiento indefinido hayan generado a lo largo de siglo XX un proceso de mal desarrollo. Eso que implica que pueda existir una manera de desarrollo alternativo, fundamentado en estrategias diferentes, que no se limiten al reduccionismo económico de los economistas neoliberales y de los paradigmas teóricos del discurso del desarrollo.

La reflexión de Comeliau nos permite introducir la cuestión teórica central de este artículo: ¿se puede considerar el desarrollo sostenible así como propuesto por la Comisión Brundtland como una estrategia alternativa al mal desarrollo, es decir, como un modelo teórico de desarrollo bueno? Los autores críticos con el concepto de sostenibilidad responden negativamente a esta pregunta.8 Entre todas, la argumentación de Gilbert Rist es significativa por su contenido y claridad:

Redefinir las relaciones entre medio ambiente y “desarrollo” a fin de proponer “un programa global de cambio”, ése era el mandado confiado a la Comisión Brundtland. Para llevarlo a cabo correctamente, era necesario, de entrada, intentar comprender las relaciones de los hombres y las sociedades con su medio ambiente interrogándose por la reciprocidad de los intercambios que mantienen.; había que poner en cuestión después los modelos simplistas que la ideología dominante propone como base única de interpretación de los fenómeno económicos; (…) por ultimo, resituar la idea del crecimiento dentro de una perspectiva cultural (a fin de reconocer su especificidad occidental) y de una perspectiva histórica (…). Al no haber tenido en cuenta estos tres puntos fundamentales, el Informe Brundtland no podía más que tomar nota de los desequilibrios que amenazan la supervivencia de la humanidad, pero sin poder imaginar verdaderos remedios (Rist, 2002: 217).

Los autores críticos con el concepto de desarrollo sostenible atacan principalmente la afirmación según la cual el nuevo desarrollo seguiría encentrándose en el mismo instrumento de satisfacción de las necesidades del “mal desarrollo” de Comeliau, es decir el crecimiento económico. Aunque en las intenciones de la Comisión se entendiera por crecimiento algo diferente respecto a su concepción económica neoclásica, muchos autores han criticado el Informe por permanecer silencioso sobre la manera de conseguir dicho “algo”: lo que se encuentra hacer falta es un planteamiento estratégico y metodológico de lo que la Comisión pretende que se haga en nombre de la “sostenibilidad del crecimiento” – expresión representativa de la dificultad de recomponer una profunda contradicción conceptual – y de cómo se pretenda conseguirla, limitándose a expresar el deseo de que la nueva “era” en donde la pobreza dejará de ser una condición “inevitable” de la existencia humana se convierta en posible.

Las contradicciones internas al discurso de la Comisión se pueden atribuir en primer lugar a una falta de claridad conceptual en relación al concepto de susteinabily, 9 cuya definición no consigue plantear de manera exhaustiva. El problema surge de la asunción acrítica por parte de la Comisión de la interpretación de las modalidades del crecimiento económico propia del discurso oficial del desarrollo. Lo que caracteriza el crecimiento económico según el paradigma del desarrollo es de hecho la posibilidad de aumentar la producción utilizando reservas cuyo ritmo de extracción no depende del tiempo necesario para regenerarse, sino del estado de la tecnología: se piense por ejemplo a los hidrocarburos, cuya rapidez de extracción depende únicamente de la decisión de quienes los utilizan. Muy distinta pero es la situación de una economía ligada a la explotación de lo viviente (plantas, animales, incluyendo el medio ambiente que les permite sobrevivir) que no puede aumentar las cantidades producidas sin tener en cuenta el ritmo de las renovaciones biológicas y que tampoco puede acumularlas con visión de largo plazo, en cuanto los stocks de productos agrícolas son difíciles de conservar. No logrando aclarecer esta contradicción conceptual de fondo, la idea de sostenibilidad se presta a interpretaciones divergentes: una interpretación optativa de la definición de los limites del crecimiento – según la cual la definiciones de dichos limites dependería de una decisión consciente de actores económicos y no de una efectiva exigencia medioambiental – termina por justificar las reivindicaciones por parte de los países industrializados de un crecimiento económico casi ilimitado, basado en la explotación de las reservas de materias primas, haciendo depender el riesgo de poner en peligro la biosfera de consideraciones económicas.

Por otro lado, según el planteamiento de la Comisión los países del Sur del Mundo se encuentran en la posición de no poder garantizar su autonomía alimentaría cuando el crecimiento demográfico supera la capacidad de reproducción de los recursos vivientes encontrándose, cuando intentan “desarrollarse” imitando a los países industrializados, a faltar de las tecnologías necesarias que permitirían desplazar más lejos los condicionantes al crecimiento; lo que implicaría el reproducirse de la “dependencia tecnológica” Norte-Sur. Siempre Rist resume en pocas líneas la principal argumentación de los autores críticos del desarrollo sostenible así como presentado en el Informe Brundtland:

No se acaba nunca de poner de manifiesto las contradicciones de este informe; la principal de ellas es que la política de crecimiento económico preconizada para reducir la pobreza y mantener la estabilidad del ecosistema no difiere apenas de la que – históricamente – no ha hecho sino ahondar la diferencia entre ricos y pobres y poner en peligro el medio ambiente a causa de los diferentes ritmos de crecimiento determinados por la utilización de recursos integrados unas veces por flujos y otras por reservas (Rist, 2002: 215).

El concepto de desarrollo sostenible sigue caracterizandose por su ambigüedad: en efecto dicha expresión se presta a interpretaciones distintas, si no en abierto contraste entre ellas. Si de un punto de vista ecologista, la sostenibilidad hace referencia a la previsión de un volumen de producción que sea soportable por el ecosistema y que por eso pueda ser considerado aceptable en una perspectiva de largo plazo, muy distinta es la interpretación economicista que considera la expresión desarrollo sostenible (en este caso resultaría talvez más correcto el calificativo duradero) como un invitación a hacer durar el desarrollo, entendido como crecimiento económico indefinido. La confusión terminológica alrededor del concepto hace las dos interpretaciones legítimas y contradictorias, dado que a un mismo significante se pueden atribuir significados abiertamente antinómicos. En este sentido, Wolfang Sachs considera la introducción del desarrollo sostenible como una operación de camuflaje conceptual, que abría inaugurado la época del “ambientalismo como fase superior del desarrollismo” (Sachs, 1992: 13).

 

Edoardo Bazzaco és sociologo, Europan PhD por la Universidad de Barcelona, y miembro del Grupo Consolidado de Investigación Medamérica de la misma Universidad. Actualmente és investigador invitado del Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) de Ciudad de México.

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1 El objetivo primario de los autores de la corriente teórica que se definirá como escuela de la dependencia fue el estudio de los fenómenos históricos internos a los países latinoamericanos con la intención de explicar su relación con el sistema capitalista internacional, tratando de entender de manera global las implicaciones de dichas relaciones internas al sistema económico internacional sobre la estructura social de los países subdesarrollados de América Latina. El postulado compartido por todos los autores de la escuela fue la asunción de la existencia de una situación de dependencia de los países “periféricos” respecto al “capitalismo central”. La familia teórica de la dependencia no se puede considerar de alguna manera como un cuerpo teórico homogéneo y unitario; más bien fue atravesada por diferentes corrientes, “escuelas” y autores que analizaron la “dependencia” entre “centro” y “periferia” según marcos interpretativos distintos, proponiendo a la vez diferentes soluciones al modelo “dependiente” en función de las respectivas referencias teórico-políticas. En esta familia teórica figuran entre otros autores de la talla de Fernando Henrique Cardoso, André Gunder Frank, Theotônio Dos Santos, Fernando Carmona, Alonso Aguilar y José Luis Ceceña Gámez.

2 El estudio fue atacado por ser “simplista” y “catastrofista”, por considerar pocos aspectos de una realidad más bien muy compleja, por ocultar el conocimiento escaso que tenia sobre muchos de los patrones y de las relaciones entre patrones y por subestimar el papel de la innovación tecnológica y el posible impacto positivo de los mudamientos de políticas y valores del cuerpo social. Véase al respecto: De Marchi B., Pellizzoni L. & Ungaro D., Il Rischio Ambientale, Edizioni Il Mulino, Bologna, 2001.

3 El echo de que el 26% de la población mundial consumara en el 1987 el 80-86% de los recursos renovables y el 35-50% de las existencias alimenticias (según los datos proporcionado por el Informe Brundtland) plantea ciertamente profundas consideraciones éticas.

4 Como obras representativas de la aproximación teórica que se definió como green economy, véanse los trabajos de: Ekins P., The Living Economy, Routledge & Kegan Paul, Londres y New York, 1986; UNEP/Banco Mundial, Expert Meeting on Enviroumental Accounting and the System of National Accounts, World Bank, Paris, 1988; Pearce D. et al., Blueprint for a Green Economy, Earths can, Londres, 1989.

5 Nicholas Georgescu-Roegen ha sido sin duda el teórico más representativo de la economía ecológica. Dicho enfoque de las ciencias económicas, noto también como planteamiento limitacionista, sugiere la imposibilidad del crecimiento exponencial de la economía y la necesidad de limitar – aunque forzosamente – la sustitución de los recursos naturales por el capital. Según este enfoque teórico, el proceso económico recibe recursos naturales valiosos y despide desperdicios; el producto verdadero del proceso económico no sería un flujo material de desperdicios, sino un flujo inmaterial representado por el disfrute de la vida. La teoría limitacionista advierte que la economía es un sistema parcial, que se halla circunscrito por un límite a través del cual se intercambia materia y energía con el resto del universo material. Este proceso ni produce ni consume materia-energía, sólo los absorbe y expele de forma continua: el proceso económico recibiría entonces recursos naturales valiosos y despide desperdicios sin valor. La obra más famosa de Georgescu-Roegen es: The Entropy Law and the Economic Process, Harvard University Press, Harvard, 1972.

6 Comeliau propone a titulo de ejemplo la definición dada por Simon Kuznets, según la cual el crecimiento económico representaría “…un aumento a largo plazo de la capacidad de ofrecer una variedad creciente de bienes, capacidad fundada en el progreso de la tecnología y los ajustes institucionales e ideológicos que exige”. En: Comeliau C. (2000), p. 6.

7 En : Comeliau C. (2000), p. 7. El cursivo es del autor.

8 Véase: Latuche S., El Planeta de los Naufragos. Ensayo sobre el posdesarrollo, Acento Editorial, Madrid, 1993; Goldsmith E., La economía global frente a la economía local, en: AA.VV., El libro del Foro Alternativo, Talasa Ediciones, Madrid, 1995; Escobar A., El lugar de la naturaleza y la naturaleza del lugar, en Antropologia del desarrollo, Viola A. (coord.), Antropologia del desarrollo, Ed. Paidos Iberica, 2000. Y también: Esteva G. (1992); Sachs W. (1992). Una presentación completa y sintética de la critica marxista al desarrollo (inclusive en su versión “sostenible”) se encuentra en: Bedoya Garland E. y Martínez Márquez S., De la economía política a la ecología política: Balance global del ecomarxismo y la critica al desarrollo, en: Viola A. (2000).

9 La expresión en inglés ha sido traducida al castellano, según los autores, como “sostenibilidad” o “durabilidad”.