José María Ripalda

Cuando nos despedíamos en la cárcel te he dicho que al Estado no le va a salir gratis la injusticia que estás padeciendo como preso político por asimilarte con ETA.

Tú me respondías: dices que al Estado no le saldrá gratis, vale; pero ¿cuándo?

Yo te tenía que haber dicho: ya le está saliendo caro. El que os traten como terroristas es algo que “allí” no cuela. El resultado es, desde hace tiempo, la consolidación de una opinión pública vasca diferente de la española incluso bajo el mismo control mediático de toda España.

Otra opinión pública implica otro Estado, diría Habermas. Desde luego lo implica antes que una geografía, una lengua, una historia. Éstos pueden ser puntos de apoyo para la cristalización de una conciencia política; pero la política no reside en hermandades naturales, como ya Hegel le respondió al Romanticismo político. Con todo, la insuficiencia radical de las posiciones políticas entre Kant y Habermas, Hegel incluido, reside en su incapacidad para dar cuenta de la diferencia irreductible bajo la homogeneidad de los tópicos que agrupan y dan consistencia a una opinión pública; incapacidad que se extiende al reconocimiento de que la sociedad está cambiando constante y dispersamente, sin que nunca haya sido UNA.

También la sociedad vasca ha cambiado mucho desde el tiempo, cuando eras un niño, en que “Batasuna” –literalmente la “Unidad”– tenía la plausibilidad de una opresión sentida más o menos como total por más o menos todos. Ahora el rechazo generalizado del Estado español no conlleva ni esa unidad ni un proyecto alternativo, que nadie puede presentar. De hecho la solidaridad con vosotros no está implicando ni una conversión a vuestra línea política ni el radicalismo beligerante contra el Estado de la época de la Transición. Así que el Estado español puede afanarse en cerrar y tapiar las salidas, en concreto contra vosotros, al parecer con éxito. Pero otras vías se abren constantemente y seguramente es cuestión de no empeñarse donde el Estado se demuestra más fuerte, sino donde surge su debilidad, su incapacidad de parar el tiempo.

Los Estados europeos de “nuestro entorno” se aplican en buscar focos subversivos y en destruirlos violentamente como se apaga un pequeño incendio antes de que pueda extenderse; desde la policía de Sarkozy a la ingeniería judicial alemana no importan las violaciones incluso elementales de Derechos –aunque según Habermas éstos caractericen los Estados europeos–; sólo que en España la izquierda abertzale no es un foco sino una realidad social. Lo que ha impedido su expansión como un fuego es su competencia con el Estado por la violencia “legítima”.

 

No es cuestión de discutir aquí la estrategia armada de ETA. Sería duro, pero quizá conveniente, partir alguna vez de la hipótesis de que, tal como se planteó desde arriba la Transición española, ETA era inevitable; y de que esto hacía también inevitable a la larga la derrota del independentismo vasco. En realidad sólo se ha aplazado el momento de reconocerla. Y sin esa disposición –que apenas hubo– a reconocer la derrota, la lucha política, incluso la victoria, estaba amenazada de (auto)engaño y presunción.

Demasiado largo había sido el período de desprecio y destrucción de una cultura que fue reducida a la cocina y el dormitorio, demasiado largo el período de represión total, con una salida del túnel que para una parte de la población iba a ser mera apariencia. En la España del post-franquismo lo que no pertenece al escandaloso nacionalismo de los “nacionales” es “austro-húngaro”: nacionalistas los serbios, húngaros, checos, no los austriacos y desde luego no Viena; el nacionalismo es malo y despreciable… frente al imperio.

Que el nacionalismo vasco se haya planteado desde Sabino Arana en clave defensiva era también lógico y fatal. No hay UN pueblo vasco ni tampoco es algo construible ni deseable. O, si lo hay, será por atribución política. Y nadie, ningún heroísmo tiene el derecho a usurpar el nombre de su vanguardia; igual lo mejor de ti es que nunca te planteaste serlo; en cambio te han declarado que lo eres para meterte en la cárcel como héroe del mal.

No es en los grandes nombres ni en las grandes ideas, sino en la fuerza de nuestras vidas, aprendiendo entre muchos en constante verificación, donde se genera el cambio que se ha esperado demasiado de grandes palabras y grandes gestos. Y tampoco es en la lista de agravios, sino en una capacidad mayor de realidad, donde se juega lo político. En esa lucha cuerpo a cuerpo estáis unos en la cárcel y otros muchos con vosotros fuera (por ahora). Que ninguna palabra, ningún gesto pueda ser aprovechado por quienes nos masacran y nos invaden desde dentro; que miles de gestos invisibles les vayan minando el suelo tal y como vivimos, que sepamos hacer en cada momento –o de vez en cuando– el gesto preciso. Gestos que en parte hemos aprendido de quienes nos precedieron, que en parte tenemos que innovar, que a ti te han impuesto. Tampoco debemos pretender ser más de la insignificancia que somos; ¿cómo no van a poder con nosotros? O tal vez sólo puedan de verdad si nos refugiamos en identidades compactas que simulan el triunfo interior, que viven de la “victoria final”, ¿para terminar reproduciendo en otra posición algo parecido a lo que combatimos?

ETA tiene razón, seguramente, en que no hay posibilidad real de política; pero yo no saco sus mismas conclusiones, porque es esa posibilidad la que hay que ir imponiendo desde nosotros más que contra nadie. No estoy abogando por el individualismo; pero sí contra la identificación hegeliana de la política con el Estado. Querer lo imposible, pensar lo posible; y hacer algo que nos haga falta, aunque sea como un gesto simbólico, para SER. Porque hay sufrimientos de otros que no nos dejan ser, porque nos envenenan sutilmente desde las pateras o desde las cárceles, desde los barrios marginales o desde los cuartelillos donde se tortura.

El inmenso dolor anónimo, sin reconocimiento, tapado por la constante rememoración estatal de las “víctimas” legitimadas es una losa sobre todos nosotros, que nos puede incitar demasiado a refugiarnos –es la palabra– en una Causa que nos irradie su gloria. Hay un trabajo del duelo fundamental para que la política pueda ser otra cosa que lo que es ahora. Ninguna idea ni gran Causa nos exime de nuestra pequeñez, de la inconsistencia oculta bajo nuestros nobles proyectos y que en cualquier momento puede estallar en cuanto los convertimos en algo mayor que nuestras vidas. La misma militancia hoy plausible no se corresponde ya con una visión compacta del militante ni de sus objetivos; hay que contar más bien con militancias intermitentes, localizadas, sin un patrón definido. Los grandes principios que estructuran personalidades han sufrido su recorrido deslegitimizador y mostrado sus complicidades con aquello que combaten. Por eso me parece tan importante ir pensando con otros, contigo, juntando nuestras pequeñas experiencias no para construir una doctrina común, sino modos de vivir distintos y sin embargo necesarios para cada uno y para todos.