CARTA DEL MAGO BLANCO DEL TRIUNFO

 

    La propuesta de NEOCÉFALOS me parece que es sencilla. Se trata por un lado de afirmar nuestro estado cerebral: esto es, la importancia que tiene el cerebro en nuestras vidas, en nuestra situación cultural, social, contemporánea. Es el cerebro el lugar, el órgano, el punto, el pliegue al que van a “terminar” toda una serie de funciones y actitudes, sino todas. Es el cerebro y no otra cosa, el órgano de nuestras sensaciones, y no sólo de nuestros pensamientos. Y aún con todo, qué importante es el corazón, y las mismas manos para realizar y consumar todo aquello sucede también en el cerebro!

Somos cerebrales a través de la tecnología, y por la tecnología. Porque la tecnología es propiamente procesamiento de la acción… me gustaría que con esto quedase todo explicado.

Quiero decir, somos hoy más que nunca cerebrales porque la sociedad es más cerebral que nunca: porque nos hemos instalado ya fuera del acto, venimos siendo cada vez más intermediarios, ya desde la revolución industrial, la burguesía, la ciencia moderna… son acontecimientos instalados en el proceso, que manipulan el proceso, que lo plusvalían, que lo inflan, que lo explotan, que lo dimensionan…

Somos cerebrales: hoy más que nunca, hijos de la televisión, esclavos de la televisión, de los multimedia, de Internet… ¿Mas, cuándo llegará la hora en la que usemos nuestras propias energías, fuerzas y poderes para liberarnos y no esclavizarnos, reducirnos, dominarnos, a nuestras capacidades empequeñecidas?

ACÉFALOS es la determinación de un no control sobre lo que acontece en mi cabeza, en mi proceso, la determinación a auto-instalarme un hardware, bien duro y resistente, anti-vírico, etc. Sin embargo, sospecho, que no es, que no puede ser, la última palabra.

NEOCÉFALOS trata de ser una propuesta “evolutiva”, de transmutación, trata de ser un devenir.

 

“Pues la raza llamada por el arte o la filosofía no es la raza que se pretende pura, sino una raza oprimida, bastarda, inferior, anárquica, nómada, irremediablemente menor, aquellos a los que Kant excluía de los caminos de la nueva Crítica… Artaud decía: escribid para los analfabetos, hablar para los afásicos, pensar para los acéfalos. ¿Pero qué significa “para”? No es “dirigido a…”, ni siquiera “en lugar de”. Es “ante”. Se trata de una cuestión de devenir. El pensador no es acéfalo, afásico o analfabeto, pero lo deviene. Deviene indio, no acaba de devenirlo, tal vez “para que” el indio que es indio devenga él mismo algo más y se libere de su agonía. Se piensa y se escribe para los mismísimos animales. Se deviene animal para que el animal también devenga otra cosa. La agonía de una rata o la ejecución de un ternero permanecen presentes en el pensamiento, no por piedad, sino como zona de intercambio entre el hombre y el animal en la que algo de uno pasa al otro. Es la relación constitutiva de la filosofía con la no filosofía. El devenir es siempre doble, y este doble devenir es lo que constituye el pueblo venidero y la tierra nueva. La filosofía tiene que devenir no filosofía, para que la no filosofía devenga la tierra y el pueblo de la filosofía*. Hasta un filósofo tan bien considerado como el obispo Berkeley repite sin cesar: nosotros los irlandeses, el populacho… El pueblo es interior al pensamiento porque es un “devenir-pueblo” de igual modo que el pensamiento es interior al pueblo, en tanto que devenir no menos ilimitado. El artista o el filósofo son del todo incapaces de crear un pueblo, sólo pueden llamarlo con todas sus fuerzas. Un pueblo sólo puede crearse con sufrimientos abominables, y ya no puede ocuparse más de arte o de filosofía. Pero los libros de filosofía y las obras de arte también contienen su suma inimaginable de sufrimiento que hace presentir el advenimiento de un pueblo. Tienen en común la resistencia, la resistencia a la muerte, a la servidumbre, a lo intolerable, a la vergüenza, al presente”. G. Deleuze – F: Guattari, ¿Qué es la filosofía? Anagrama (1993) p. 111.

Me parece oportuno el tratamiento de los acéfalos. Me interesa cada vez más el considerar lo cerebral.

Zaratustra es el que vaga por montañas y permanece en su soledad sin otro aparente quehacer que el pensar… ¿pensar es hacer? Pregunta Heidegger.

¿Qué hace entonces Zaratustra durante sus diez años de soledad, sin cansarse de sí mismo?

Respuesta: Zaratustra procesa, hace algo, que es estar de alguna manera reformateando su pensamiento, quizá no lo sepa, se entrega al no saber también, y a su voluntad, y a su corazón… sin embargo, propiamente su quehacer es cerebral. Tiempo para que sus pensamientos se ordenen y entre ellos emerja uno, el sublime, el total, el inconfundible, el absoluto gran mediodía, ante el que ya no tendrá ninguna duda.

Zaratustra hace: entrega su pensamiento a la tierra, pues sólo ella tiene el tiempo y la duración propias como para darle un correlato “pacífico”, aquilatado, originario, un afuera que emerge como un adentro…

La peculiaridad del cine, sobre el espacio, sobre la escena, sobre la mente es que exige un tiempo al razonamiento, impone una duración del acontecimiento, exige una secuencia del pensar que no tiene por qué ser lógica, sino que es una secuencia visual (hemisferio derecho en serialidad!).

Sobre todo esto habla Deleuze en sus estudios sobre cine. No de lo mismo que yo estoy tratando aquí, mas sí que contienen sus estudios y sus propuestas estas posibilidades. Y quizás muchas más.

Tecnologías del yo, dice Foucault: el cuidado de sí, la otra cara del conócete a ti mismo, pues no basta con conocernos sino estamos ante la posibilidad de que nuestro poder, nuestra potencia, nuestra virtud, cambie: si no estamos ante lo otro, ante la forma no-hombre; “el hombre es un invento moderno!” dice Foucault; es decir, su forma, sus limitaciones, su definición acabada que pretende la antropología kantiana, que insinúa por lo menos.

Se me ocurren otros temas: me interesaría tratar el tema de la substancia en filosofía junto al tema de las “drogas”: a través quizá del cógito de Descartes, de la inmaterialidad de ese cógito, de la educación para el consumo.

El tema es hacer un escenario completamente cerebral, que parta de lo cerebral, del cerebro como forma en sí, como cuerpo sin órganos, como potencia, como capacidad en devenir, non con unas funciones acabadas y determinadas, sino abierto al vacío, al todo, a la nada, al absoluto, al caos, al afuera: que sin embargo se manifiesta en nuestro adentro… “un adentro más exterior que todo afuera…” dice Deleuze. Y cita a Artaud hablando sobre el cerebro: “sus antenas vueltas hacia lo invisible, su aptitud para recomenzar una resurrección de la muerte” (Estudios sobre cine, la imagen-tiempo pág. 280).

 

Lo que estaba “viendo” Artaud era que nuestro cerebro se moría, se muere en su funcionalismo mecánico, el funcionalismo de un mundo que agota la expansión de nuestras posibilidades cognitivas al estar colgado y encadenado de un correlato (caverna!). Precisamos espacios donde recargar esta potencia, espacios propios para estas actitudes, digamos que de las ciencias humanas, precisamos el teatro resonante como el espacio donde la filosofía se vuelve tal a través de sus afueras, de todo aquello que no la constituye propiamente, pues hacemos filosofía o mostramos su potencia precisamente a través de lo no serial, no de lo lógico, sino de lo visual, lo simultáneo, la imagen, la estética… Nuestra propuesta es completamente acéfala; ha de serlo (también neocéfala, en el sentido antes indicado) porque en ella se trata de liberar al pensamiento de sus cadenas funcionales, de los mecanismos que tiene activados en su mundo de la vida, sus presiones, su estrés, su costumbre a tender a ciertos puntos (finales) que le ordenan una nueva función… Por el contrario nosotros transcurrimos por puntos resonantes que no son fines de trayectoria, sino a la vez, comienzo de otra nueva. En este sentido, el material que propongo trabajar es totalmente innovador y propio para las sociedades y la humanidad “que viene” y que ha de venir: propio para las nuevas cualidades que tenemos que desarrollar: lo sutil, lo intuitivo, la potencia cerebral, como potencia en sí, que hace emerger a lo físico, a lo “metafísico”… (Bergson, La evolución creadora…).