Como un meteorito ha pasado entre nosotros Paco Vidarte. Profesor titular en la Facultad de filosofía de la UNED, especialista en pensamiento francés contemporáneo, divulgador del pensamiento queer, traductor de Jacques Derrida, activista, pensador y vecino sevillano de Lavapiés. Abriendo caminos en lo teórico y en lo social, sin concebir, en realidad, una línea nítida de separación entre lo personal y lo profesional, la mayor parte de la obra de Paco tenía su acento marcado en la cuestión de la diferencia: fue a través del sentimiento diferencial como ganó su conciencia de género y a partir de la misma se introdujo al psicoanálisis y a la deconstrucción. Todo estaba articulado desde la misma premisa: “el que es diferente incomoda”.

Si todo sistema filosófico, político y social busca la asimilación estabilizadora, el acomodo, ha de agitarse entre el rechazo directo y el intento de comprensión de lo diferente. Como si la comprensión fuera un objeto neutro al que poder llegar desinteresadamente, como si se pudieran apresar las diferencias dentro de una burbuja de cristal y mantener el control sobre ella. Como si la diferencia no fuese más que un resquicio, un resto que falta por asimilar, como si el poder pudiese desde su interés englobar los márgenes, reciclar los residuos. Como si la diferencia no tuviera una multitud de voces propias para hablar.

Paco encontró en Derrida el motivo filosófico de la diferencia, aquella que no se deja agarrar, que siempre se escapa, que destroza cualquier programa de comprensión, cualquier esquema de progreso y que rechaza el papel de víctima. Esa diferencia que él vivía también como homosexual, como miembro de un colectivo que, en el mejor de los casos, se quiere normalizar y comprender desde un poder eminentemente heterosexual, o eliminar por el camino de la violencia. La diferencia, en cambio, es algo imborrable, que trabaja desde dentro y desde abajo, trabaja lo pequeño, el margen, el residuo, y lo hace contaminando, eliminando la pureza, lo limpio, lo previo y llenándolo de mestizaje, de grietas, de fallas, de realidad social. La única que nosotros conocemos.

Como el de un meteorito ha sido su paso, también, por el páramo filosófico español más institucional. Desde que tuvo ocasión, utilizó su condición de joven profesor titular para activar en España al movimiento queer. Utilizando su posición en una institución tan arcaica para contaminarla desde dentro, para introducir a las termitas, allí donde la universidad guarda sus selectos y exclusivos trajes, aquellos que sólo pueden vestir los privilegiados del sistema. Con la complicidad de Cristina de Peretti y el grupo Decontra, con Josemari Ripalda, Beatriz Preciado, Javier Sáez, Ricardo Llamas, con sus amigos en general, y también con sus alumnos, Paco realmente conseguía no dejar indiferente a nadie. Viviendo su diferencia de género, al igual que vivía la différance que impulsa a la deconstrucción, animaba asiduamente la diferencia que contamina a la institución asumiendo el riesgo de ser contaminado por ella. En todo ello, advirtió con extraordinaria lucidez, la preocupante conexión que la estrategia del poder establece con el tratamiento de las diferencias.

Tuvo que recordarnos que también los pertenecientes a la comunidad LGTBQ se podían comportar como explotadores pagando el impuesto de la condición vertical del poder. También ellos, explotados en su condición de género y en el tratamiento de su sexualidad, podían explotar a otros cuando se les presentase la ocasión, ya fuera con sus subordinados en una relación laboral o con los inmigrantes, por ejemplo, en las relaciones sociales. Ese poder que siempre se reserva una oportunidad para convertirte en explotador, o para sumarte al propio sistema, incluso si el sistema es heterosexual y está hecho para heterosexuales. Precisamente, si como homosexual no tienes más que saborear lo que te entrega el poderoso para dejar de ser minoría marginal (dejando a los demás en el resto, en la diferencia, en el residuo, y sumándote tú al orgullo de la identidad compartida), o al menos “poder disfrutar de unos márgenes razonables de exclusión/inclusión en la Carta Magna”, como señalaba el propio Paco aquí mismo, en el nº11 de Diagonal, hace ya dos años y medio después de aprobarse en las Cortes la Ley del matrimonio homosexual.

Quizá, por ello, llegó un momento en que Paco no vio suficiente su labor en la universidad, en su círculo social, en su margen filosófico. Quizá fue un impulso el que le llevó a escribir el que a día de hoy es su décimo y último libro, Ética marica, pensando en que tal vez era mejor dejar a un lado el lenguaje filosófico, el vocabulario universitario, y lanzarse al barro con un lenguaje callejero para poder llegar a más oídos, oídos a los que gritar el desencuentro terrible que él mismo vivía como miembro de una comunidad que se escoraba hacia la autocomplacencia y que se desentendía de los que se habían quedado en el arcén de las luchas sociales. Hoy ya sabemos que Paco tenía dentro un linfoma y el VIH cuando se puso a escribir su Ética marica. Y, fiel a sí mismo, proclamó que llevar dentro la diferencia, la alteridad más aterradora, algo tenía que ver desde siempre con él, con los cambios que permiten acabar con las máscaras que el paso del tiempo convierte en identidades fijas.

Nosotros, que apostamos todas nuestras fuerzas al capital humano, hemos sufrido con su marcha una pérdida irreparable. La alteridad más radical se lo llevó en pocos meses. Imposible cerrar aquí la multitud de facetas de una vida tan singular, a no ser que sea en el recuerdo de una sonrisa imborrable, aunque no por ello menos radical.

OSKAR HAUSER

SÖREN HAUSER