por Edoardo Bazzaco

¿Qué es desarrollo?: problemas definitorios y límites conceptuales.

A la pregunta ¿Qué es el desarrollo?, las ciencias sociales responden con la constatación de que la expresión “desarrollo” evoca un significado diferente a personas diferentes. El sentido común asocia generalmente la expresión “desarrollo” a una mejora de las condiciones humanas de vida mediante el alivio de la pobreza y la realización del potencial humano propio de los individuos. Mediante un análisis más atento de lo que se ha publicado a lo largo de los últimos cincuenta años al respecto – documentos oficiales, texto científicos para especialistas y de carácter divulgativo, artículos de periódicos y revistas más o menos relacionadas con el tema – constatamos la existencia de numerosos condicionantes y calificativos de la expresión “desarrollo”, descubrimos la existencia de un “subdesarrollo” (underdevelopment) y de un “sobredesarrollo” (overdevelopment), distinguimos entre un desarrollo “malo” y otro “bueno”. Como se dijo anteriormente, la adjetivación que acompaña la expresión para mejor puntualizar algunos aspectos particulares del universo semántico que rodea el concepto, es numerosa: en efecto, se ha hablado de desarrollo en términos de “autónomo”, “autocentrado”, “sostenible”, “humano”, “social” etc. y sus opuestos. La utilización del adjetivo acompañante depende del punto de vista utilizado y del paradigma teórico dominante del momento, tanto en las universidades y centros de investigaciones como entre los gobiernos nacionales y las agencias internacionales.

Como ha observado con perspicacia Staudt (Stuadt, 1991: 28-29) el concepto de desarrollo carece de una definición, a pesar de que no falten las definiciones de desarrollo, de las que el autor contó más de setecientos. En efecto, según Staudt el desarrollo se puede entender como un proceso de alargamiento de la capacidad del individuo para elegir (enlarging people’s choice), un proceso democrático y participativo (participatory democratic process) y de capacitación de las personas para expresar sus propias opiniones sobre las cuestiones concernientes a sus vidas; en definitiva, como un proceso de provisión para los seres humanos de la oportunidad de desarrollar plenamente su potencial. Pero al mismo tiempo – concluye Staudt – el desarrollo se puede definir también como la realización de los objetivos de desarrollo de una nación (to carry out nation’s development goals) y la promoción de su crecimiento económico. De esta dicotomía emerge una primera e importante distinción entre la concepción del desarrollo como una acción y como un objetivo, además de una primera contradicción entre una dimensión humana e individual y su interpretación puramente económica.

Los antropólogos Michael Cowen y Robert Shenton aportan otro importante argumento relativo a la interpretación del concepto de desarrollo, considerándolo al mismo tiempo como proceso inmanente y como una practica intencional: “(…) When, for example, someone mentions the development of capitalism we take development to be an immanent and objective process. But when the same person says that it is desirable that state policy should achieve ‛sustainable development’, we are now told that there is a subjective course of action that can be undertaken in the name of development (Cowen y Shenton, 1995: 28).

Intentando responder a la pregunta ¿que es el desarrollo?, Cowen y Shenton han definido el desarrollo como the central organizing concept of our time:

The United Nations has its development agencies, and the World Bank takes development as part of its official name – the International Bank for Reconstruction and Development. Hundreds and thousands of people are in development’s employ and billions are spent each year in its pursuit. It would be difficult to find a single nation-state in the North which does not have its departments or ministries of local, regional and international development. Nor can any Third World nation expect to be taken seriously without the development label prominently displayed on some part of its governmental anatomy (Cowen y Shenton, 1995: 27).

Muchos son los autores que comparten la importancia del papel desempeñado por el concepto de desarrollo en el proceso de construcción y representación del mundo contemporáneo. El antropólogo Gustavo Esteva destaca como:

El desarrollo ocupa la posición central de una constelación semántica increíblemente poderosa. Nada hay en la mentalidad moderna que pueda comparársele como fuerza conductora del pensamiento y del comportamiento. Al mismo tiempo, muy pocas palabras son tan tenues, frágiles e incapaces de dar sustancia y significado al pensamiento y la acción como ésta (…) Desarrollo es (…) la palabra mágica con la que podemos resolver todos los misterios que nos rodean o que, por lo menos, nos puede guiar a su solución (Esteva, 1992: 58).

Michael Watts (Watts, 1995: 47) considera el papel explicativo y normativo de la categoría desarrollo como un elemento fundamental – si no como un verdadero paradigma explicativo – de la modernidad occidental desde inicios del siglo XIX, además que como motor de la construcción y justificación de la visión del mundo que emergió después de la segunda Guerra Mundial:

By the nineteenth century the central thesis of developmentalism as a linear theory of progress rooted in Western capitalism hegemony was cast in a stone, it became possible to talk of societies being in a state of “frozen development”. Even alternatives to classical development thinking – such as dependency and Marxism of various sorts – frequently shared the economism, linearity and scientism of “developmentalism”. Development’s universalism carried the appeal of secular utopias constructed with the bricks and mortar of rationalization and enlightenment (…) It came to constitute, in sum, “an expression of modernity on a planetary scale” (Berthoud 1990: 23).1

La “era del desarrollo”: el discurso de Truman.

Wolfgang Sachs y los de más autores que participaron en la redacción del Diccionario del desarrollo propusieron llamar por la primera vez “era del desarrollo” el periodo histórico particular que comenzó el 20 de enero de 1949, día en el que el presidente de Estados Unidos Harry S. Truman en su discurso de investidura definió por primera vez a los países del Hemisferio Sur como “áreas subdesarrolladas”. Usando por primera vez en un contexto político y programático la palabra “subdesarrollo”, Truman abrió el camino a una transformación en el significado conceptual del concepto de desarrollo, creando “(…) un emblema, un eufemismo, empleado desde entonces para aludir de manera discreta o descuidada a la era de la hegemonía norteamericana” (Esteva, 1992: 18); así como una nueva categoría del discurso científico, destinada a ser universalmente aceptada en las décadas a venir por la comunidad científica internacional. En el famoso punto cuarto de su discurso, el presidente Truman proclamó que:

Más de la mitad de la población mundial está viviendo en condiciones próximas a la miseria. Su alimentación es inadecuada, son victimas de la desnutrición. Su vida económica es primitiva y miserable (…) Por primera vez en la historia, la humanidad posee el conocimiento y la técnica para aliviar el sufrimiento de esas poblaciones. Estados Unidos ocupa un lugar preeminente entre las naciones en cuanto al desarrollo de las técnicas industriales y científicas. Los recursos materiales que podemos permitirnos utilizar para asistir a otros países son limitados. Pero nuestros recursos en conocimiento técnico (…) no dejan de crecer y son inagotables. Yo creo que debemos poner a disposición de los pueblos pacíficos2 los beneficios de nuestra acumulación de conocimiento técnico con el propósito de ayudarles a satisfacer sus aspiraciones a una condición de vida mejor (…) Una mayor producción es la clave para la prosperidad y la paz. Y la clave para una mayor producción es una aplicación más extensa y más vigorosa del conocimiento técnico y de la ciencia moderna. (Viola, 2000: 14).

Analizando el discurso de Truman, se pueden delinear los elementos constituyentes de la representación del mundo que estaba a la base de la “era del desarrollo” y de individuar algunas premisas fundamentales a las teorías científicas del desarrollo, que abarcan consideraciones económicas, geopolíticas y sociológicas. En primer lugar, resulta evidente como en el discurso fundacional de la “era del desarrollo” los Estados Unidos – conjuntamente con otras naciones industrializadas – fueran colocados en la cima de una hipotética escala social evolutiva de los Estados. En segundo lugar, el discurso de Truman propone el proceso de desarrollo como el elemento central de un nuevo orden geopolítico mundial en que los Estados Unidos se ubicarían como países de referencia de los “pueblos pacíficos” del mundo libre, por ponerles a disposición la “acumulación de conocimiento técnico” indispensable para “ayudarles a satisfacer sus aspiraciones a una condición de vida mejor”. La creciente influencia de la Unión Soviética – el primer país que se industrializó fuera del modelo socio-económico capitalista – forzó el presidente de EE.UU. a aparecer con una visión que comprometería la lealtad de los países que salían de la colonización a fin de sostener su lucha contra el comunismo: en este sentido, según Sachs la categoría de desarrollo ha representado por más de cuarenta años una herramienta clave en la competencia entre sistemas políticos. En relación con la aparición en el discurso de Truman de la categoría de “subdesarrollo”, el sociólogo francés Gilbert Rist sostiene que tal innovación terminológica ha modificado sensiblemente el sentido del concepto de desarrollo, introduciendo una inédita relación entre desarrollo/subdesarrollo. Rist asume el concepto de desarrollo como un elemento propio de la tradición filosófica occidental3 que lo ha interpretado como fenómeno intransitivo que simplemente “se produce” sin que nada pueda cambiar en el.4 La aparición del concepto de subdesarrollo sugiere no solamente la idea de un cambio posible dirigido hacia un “estado final”, si no y sobretodo la posibilidad de provocar este cambio: es decir, que las cosas no solamente se desarrollan sino que se pueden desarrollar. Por la primera vez en la historia del pensamiento occidental, al desarrollo se le da un sentido transitivo – una acción ejercida por un actor sobre otro distinto a él; e cambio, el subdesarrollo será considerado como un estado que existe sin causa aparente. Dichos cambios, lejos de ser solamente semánticos, transforman profundamente las categorías de interpretación y acción sobre la realidad: a la dicotomía conceptual colonizadores/colonizados, propia de la época colonial se sustituye una nueva entre desarrollados/subdesarrollados: “(…) La antigua relación jerárquica de las colonia sometidas a su metrópoli es sustituida por un mundo en el que todos [los estados] son iguales en derecho, aunque no lo sean todavía de echo. El colonizado y el colonizador pertenecen a dos universos no solo distintos sino incluso opuestos (…) mientras que el “subdesarrollado” y el “desarrollado” son de la misma familia (Rist, 2002: 88-89).

Pocos años después del discurso trumaniano, Rostow y los de más teóricos de la modernización5 introdujeron en las ciencias sociales de la noción de “grado de desarrollo”, noción que permite justificar una clasificación de las naciones: en lo alto de la escala están las naciones “desarrolladas” según la “continuidad sustancial” de que referimos antes a propósito de la dicotomía desarrollados/subdesarrollados. Este perspectiva corresponde a lo que Rist define como el “evolucionismo dominante” propio de la época colonialista, dejando entrever para esos pueblos “aun no capacitados para dirigirse por si mismos” la posibilidad de llevar un día una existencia independiente.

Según Andreu Viola el discurso trumaniano resume una “fe ilimitada en el progreso”, identificando en el aumento de la producción y la introducción de tecnologías “modernas” la condición imprescindible para lograr una mejor condición de vida. Por otro lado, Viola destaca como:

El progreso y el atraso no son contemplados como el resultado de la desigual correlación de fuerzas en juego con suma cero, sino como un proceso difusionista que llevará gradualmente a toda la humanidad a compartir un bienestar material generalizado. Y (…) podemos percibir con toda nitidez el mesianismo etnocéntrico que plantea en términos paternalistas la relación con los países subdesarrollados (Viola, 2000: 15).

En este ultimo aspecto Viola individua los rasgos que delatan la filiación del discurso desarrollista respecto al lenguaje que habían mantenido las potencias coloniales sobre sus “territorios de ultramar”, es decir la metáfora según la cual los países “civilizados” (“desarrollados” a partir de la segunda posguerra) estarían moralmente obligados a actuar como tutores de los pueblos menos favorecidos (aquellos estancados en una fase de “subdesarrollo”), mostrándoles el camino correcto y mas rápido hacia el progreso. Esta misma retórica paternalista fue recogida en el Articulo 22 del Pacto de la Sociedad de las Naciones del 1919, dedicado a la administración de las antiguas colonias alemanas por parte de las victoriosas potencias aliadas, donde se expresaba la necesidad y el deber de guiar a dichas colonias hacia su “bienestar y desarrollo”, puesto que sus poblaciones “todavía no son capaces de valerse por si mismas”:

Los principios siguientes [del Pacto de la Sociedad de las Naciones] se aplicarían a las colonias y territorios (…) que estén habitados por pueblos aun no capacitados para dirigirse por si mismos en las condiciones particularmente difíciles del mundo moderno. El bienestar y el desenvolvimiento de estos pueblos constituye una misión sagrada de civilización y conviene incorporar al presente Pacto garantía para el cumplimiento de dicha misión. (…) El mejor método para realizar[la] prácticamente es confiar la tutela de dichos pueblos a las naciones más adelantadas, que (…) se hallen en mejores condiciones de asumir esta responsabilidad y consientan aceptarlas. (…) El carácter del mandato deberá diferir según el grado de desenvolvimiento del pueblo, la situación geográfica del territorio, sus condiciones económicas y demás circunstancias análogas (Rist, 2002:73-74).

En efecto, la justificación del mandato sobre dichos territorios se vierte en un lenguaje humanitario-religioso que alude a una “misión sagrada de civilización” atribuida a las potencias coloniales: más allá de los intereses económicos y políticos de las potencias coloniales, el documento de la Sociedad de las Naciones hace referencias a unos valores universales – “la civilización”, “el bienestar material y moral”, “el progreso social” – que legitimarían su intervención en la existencia de otros pueblos como indiscutible “misión sagrada”.

En efecto, el binomio “desarrollo/subdesarrollo” marcará la nueva diferenciación entre las distintas partes del mundo, en función de sus diferentes grados de desarrollo, y justificará al mismo tiempo la posibilidad (que se puede leer también como necesidad) de una intervención, delante de la inviabilidad de la opción de quedarse pasivos frente a la pobreza. Si por un lado, entonces, se asume la existencia ontológica del “subdesarrollo” – situación caracterizada por sus condiciones de vidapróximas a la miseria”, “alimentación inadecuada” y “desnutrición”, además que por una “vida económica primitiva y miserable” – sin mencionar las posibles causas del fenómeno, por otro, la retórica de la modernización propone el desarrollo como herramienta fundamental para que se puedan crear “…las condiciones que conduzcan, finalmente, a toda la humanidad a la libertad y a la felicidad personal (…) Únicamente ayudando a los menos afortunados de sus miembros a ayudarse a sí mismos, puede la familia humana lograr la vida digna y satisfactoria a la que tienen derecho todos los pueblos.” (Viola, 2000: 12).

Porter (1995) sostiene que la retórica desarrollista del discurso trumaniano y de la teoría de la modernización haya logrado amalgamar de una manera nueva y original metáforas que habían sido utilizadas anteriormente:6 en otras palabras, individua en el discurso trumaniano puntos de contactos con dos diferentes familias de metáforas características de la ciencia occidental del siglo XIX. El primer punto de contacto hace referencia al conjunto de metáforas que Porter define “biológicas” y que siguen misma concepción del desarrollo propuesta por Marx; el segundo se refiere a las metáforas propias de la “economía colonial”, que en una fase sucesiva fueron reunidas y absorbidas en el marco de la teoría económica neo-clásica, y que se vinculaban profundamente con la metáforas propias de la física de la mitad del siglo XIX.

La concepción del desarrollo propuesta por Marx se estructura a través de la potente metáfora biológica de las etapas de crecimiento de la humanidad – enfatizada lo largo del siglo XX por autores como Spengler y Toynbee –, metáfora que “coloca la racionalidad al nivel de la estructura histórica” (Porter, 1995: 65-66): en el sistema filosófico de Marx las leyes económicas “trabajan” con férrea necesidad según una lógica incesante y inherente sobre la estructura de la historia. Porter vincula la tendencia marxista a la individuación de patrones y leyes explicativas de la historia “macro” y de largo plazo con el sentido de la historia propio de la religión cristiana, “la grande melodía de algún inefable compositor” (Marx y Engels, 1969 [vol. 2]: 87), que se fundamenta en la interpretación de San Agustín de la Phisis de Aristóteles. En el De civitate Dei Agustín defiende la integración del conjunto de fenómenos naturales y acontecimiento socio-históricos por considerarlos como el plan de Dios para la humanidad; en la visión agustiniana, la historia de la “salvación” – “universal” en el sentido de común a todo el genero humano – se desarrolla por etapas: nacimiento, apogeo, decadencia:7 “(…) Como de cualquier hombre, así la recta erudición del genero humano (…) se desarrolla a través de ciertas etapas de tiempos, como de edades escalonadas”.8

A raíz de lo dicho, resultan evidentes las relaciones entre los diferentes “grados de desarrollo” y la definición de “pueblos subdesarrollados”. A partir de los años cincuenta, esta definición fue aceptada por los dirigentes de los países independientes como justificación de su legítima pretensión de beneficiarse de una ayuda que debía conducirlos al desarrollo; por otro lado, los países colonizados asumieron las directrices del nuevo marco “desarrollista” como ocasión para afirmar la igualdad jurídica que se les negaba.

El consenso alrededor de la nueva categoría fue entonces total, y vino tanto de lo países desarrollado – debido al imperativo moral de la ayuda a los pueblos más “desfavorecidos” del planeta – cuanto de los países “subdesarrollados” que, al aceptar el nuevo status, se ponían en un continum cualitativamente homogéneo con los que durante la época colonial habían sido los “civilizadores”. A diferencia de la colonización que consideraba al mundo prioritariamente como un espacio político en el que había que inscribir imperios cada día mas vastos, la “era del desarrollo” pone más atención en el espacio económico: el crecimiento económico, se impuso como la obsesión general de los gobiernos en las décadas de los 50 y de los 60, y sus indicadores estadísticos – entre los cuales vale destacar el Producto Nacional Bruto (PNB) como verdadera “unidad de medida” del crecimiento económico – como las herramienta en que los países subdesarrollados repusieron, equivocándose, sus esperanzas de rescate.

La armonización entre la solidariedad internacional y el interés nacional constituirá las décadas siguientes (y diría hasta el día de hoy) uno de los elementos centrales del discurso y de las practicas del desarrollo. La tentativa de “armonizar” – es decir hacer compatibles – argumentos y definiciones evidentemente contradictorios, tuvo como principal objetivo el de convencer de la validez del discurso desarrollista fondado en la ayuda a los países “en vías de desarrollo”, tanto a quienes valoran principalmente su “imperativo humanitario” como a los defensores del interés nacional. Los límites de esta postura intelectual han sido evidenciados con fuerza por Serge Latuche, que en pocas líneas logra resumir con fuerza y lucidez los principales puntos negros del discurso desarrollista:

Para las sociedades atrasadas en su modernización (…) el camino de la opulencia pasa por la sumisión absoluta a las terapias de los expertos. El primer acto para despegar es el reconocimiento del diagnóstico de los expertos extranjeros. Las sociedades externas a la modernidad deben comenzar por tomar conciencia de su miseria. Entonces empieza el largo tratamiento: la renuncia a las malas costumbres, a las prácticas habituales y a las maneras de pensar es una etapa necesaria (…) A la sumisión propia de la empresa moderna y del Estado industrial viene a añadirse aquí la imposición forzada de valores externos. Todo esto en nombre de la libertad y de la democracia. La modernidad descubre su verdadero rostro. El orden “natural” revela todos sus artificios. Como no se produce la opulencia, siempre se puede pretender que ese fallo no proviene de la falta de universalidad de la modernidad, sino de la incapacidad provisional de las sociedades que deben modernizarse (Latuche, 1993: 67).

Bibliografía

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1 Sobre el mismo tema véanse también: Pietarse J.N. (1991); Slater D. (1992).

2 En los documentos de Naciones Unidas la expresión ingles peace-loving people solía usarse para designar los países no comunistas, es decir los free people o aliados de Estados Unidos. La retórica y la estrategia geopolítica de la Guerra Fría no fueron precisamente elementos insignificantes en la elaboración de la doctrina Truman sobre el desarrollo. Sobre el tema: Rist G. (2002), pp. 118-119; Viola A. (2000), pp. 14-15.

3 Al respecto, se consulten también: Cowen M. & Shenton R. (1995); Latuche S. (1993, 1995); Bessis S. (2001).

4 El carácter “intransitivo” del fenómeno “desarrollo” se impuso en la filosofía occidental como herencia del pensamiento aristotélico. En la metafísica de Aristóteles (384 – 322 a.C.) el concepto de “naturaleza” (en griego Physis) deriva etimológicamente del verbo phuo que significa “crecer, desarrollarse”. Para Aristóteles “naturaleza” [Physis, palabra que pero en este caso puede ser traducida al castellano como “desarrollo”] significa en un primer sentido “la generación de las cosas que se desarrollan” [literalmente: que participan en el fenómeno del crecimiento]; en otro sentido la expresión Physis indica algo inmanente a partir de lo cual lo que debe crecer consigue su crecimiento. La naturaleza en su sentido fundamental es la esencia de las cosas que tienen en si misma un principio de movimiento; al mismo tiempo es el proceso de generación y crecimiento, porque es de la “naturaleza” que se genera el movimiento. En: Aristóteles, Metafisica, libro V, § 4/ 1-8.

5 En la segundo mitad de los años ’50, Walt W. Rostow publicó Las etapas del crecimiento económico. Un manifiesto no comunista, sin dudas la obra científica dedicada al desarrollo que más se éxito internacional tuve y que mejor representó el paradigma de la teoría de la modernización. La aportación central de la obra de Rostow a la teoría del desarrollo fue la distinguir cinco etapas fundamentales por las que todas las sociedades tienen que pasar a lo largo del camino hacia el estadio final de la “marcha hacia el desarrollo”. De alguna manera, toda la literatura científica inscribible a la teoría de la modernización denota un marcado un carácter “americanizador” o “europeizador”: el occidente se asume como modelo universal para los países subdesarrollados en razón de su prosperidad económica y estabilidad política.

6 “… The object of the analysis is linguistic texts, wherein written and spoken metaphors appear both as products and predicates of institutional processes. Metaphors figure in discourses as comparison between two (or more) unlike entities to convey a meaning in excess of, or differing from, that which could be deduced from the literal meaning of the statement.”; en: Porter D.J. (1995), pp. 65-66.

7 A partir de la creación del mundo y de Adán se “desarrolla” la historia de la salvación conforme a una necesidad asentada desde toda la eternidad; progresa a lo largo de la antigua alianza y culmina con la aparición y el sacrificio de Jesús. Desde ese momento la historia no puede tender si no a su fin simbolizado por el juicio final.

8Sicut autem unius hominis ita humani generis […] recta eruditio per quosdam articulos temporarum tamquam aetatum profecit accessibus”; en: San Agostino, De Civitate Dei, libro X, cap.14.